domingo, 30 de noviembre de 2008

El Laberinto del Fatso.

Tal vez usted amable lector desconozca que su humilde servidor desde hace aproximadamente mes y medio ha asistido casi ininterrumpidamente a un gimnasio, bueno si ese era el supuesto, ahora ya lo sabe.

Resulta que una serie de factores como son la insistente propaganda gubernamental acerca del millón de kilos menos, la publicidad de ropa masculina (donde los modelos tienen mas años que yo, pero menos kilos), así como mi propia y traicionera ropa que se empeñaba en encoger, lograron que decidiera (ahora con mayor ahínco) inscribirme y de hecho asistir al gimnasio.

Ya inmerso en la dinámica de sufrir por gusto propio, todo en aras de estar saludable y esbelto, me percaté que a ese lugar acudimos una serie de personajes curiosos por decir lo menos, amas de casa que destilan flojera y desidia, tipos mamados que veneran al espejo, mujeres atractivas que me han enseñado que Dios suele ser discrecionalmente generoso, y después estamos aquellos que juramos que con un mes de ejercicio vamos a borrar de tajo, años de mala alimentación y cero ejercicio, somos mercaderes ventajosos que ofrecemos un mes de disciplina en pago por años de completa anarquía.

Aun así, consciente de que en un mes no se puede avanzar mucho, al cumplir casi los dos meses, la sensación de que la ropa había vuelto a dilatarse y se amoldaba en mi cuerpo, era reconfortante, además, parecía que la papada cedía aunque la panza era reacia a abandonarme, sin embargo, atribuí su empecinamiento al hecho de que ha sido mi fiel compañera por varios años, entonces, su partida será adecuada, lenta y dolorosa.

Sin embargo, la felicidad son pequeños instantes que se desvanecen sin dejar estelas, al menos eso me paso a mi, en tres momentos, tres personas distintas se ocuparon de borrar ese sentimiento placentero.

Primer evento: El pasado día martes dieciocho de noviembre, alrededor de las veinte horas con tres minutos, me encontraba utilizando la escaladora que se encuentra en el pasillo del gimnasio, en esas estaba, oyendo con audífonos a Los Fabulosos Cadillacs, al tiempo que odiaba al reloj por avanzar de manera parsimoniosa, cuando de repente una muchacha de aproximadamente veintitantos años, de generosas carnes, robusta (en el sentido obeso de la palabra), cuyo rostro es un digno espejo de la herencia milenaria de nuestro pueblos indígenas, de quien podría decirse que si fuera hombre seria feo, tuvo a bien dirigir sus ojos hacia mi, al sentir tal escrutinio, voltee a ver quien era y la descubrí observándome con una mirada que solo podía interpretarse de la siguiente manera: "merezco mas, pero contigo me conformo", a lo cual yo pensé, si esta tipa mas bien regordeta me mira con desdén mezclado con lascivia solo puede significar que falta muchos kilos por bajar y seguí escalando como si quisiera llegar a la cumbre del K2 ( cabe hacer la aclaración, que me refiero a la segunda montaña mas grande del mundo y no, como es posible que Usted apreciado lector -criado y educado por la televisión nacional- pueda estar pensando, a la desaparecida tienda y fabrica de muebles que solía anunciarse en televisa en las pasadas décadas).

Segundo evento: Un par de días después, creo que fue el jueves de esa semana, llegue a mi casa procedente del trabajo, un calor sofocante permeaba en las calles, así que una vez que entre a mi cuarto decidí cambiarme de ropas, empleando para ello un short, prescindiendo de una playera ya que había decidido "orarme", total que me senté a la mesa y estaba degustando mis alimentos, cuando una vecina toco el timbre, y mi señora madre la hizo pasar a la sala, que se encuentra en un espacio grande que comparte con el comedor que era donde yo me encontraba, resultando en que doña Ester (que es una señora con un semblante desesperanzador, poseedora de un desganado tono de voz con el que igual te puede decir que esta lloviendo o que su madre ha muerto, sin que seas capaz de notar emoción alguna en sus ojos taciturnos), me recetara la siguiente joyita: ¡Ay Carlos, estas bien gordo chamaco!.

Tercer evento: Apenas anoche, como a eso de las tres de la mañana, estaba en compañía de unos amigos en un antro colmado de gente, el ambiente era bueno, varias cheladas en mi estomago podían dar cuenta de ello, de repente me quede solo en la mesa, debido a que mis acompañantes habían emprendido la azarosa tarea de ir a los sanitarios, entonces, me dispuse a distraerme viendo a la gente que se encontraba a mi alrededor, momentos después, cruce miradas con una joven que tiempo atrás estuvo casada con el hermano de una de mis mejores amigas, así que debido un poco a las reglas sociales y otro tanto a mi tedio, decidí incorporarme de mi asiento acercarme a ella y saludarla, mejor no lo hubiera hecho, empezamos conversando sobre mi amiga quien según el dicho de mi interlocutora, sigue siendo una guía en su vida, al extremo de inclinarla a estudiar la misma carrera que ella, después ella me hizo la siguiente pregunta: ¿oye, tu estas aquí? Ahí yo pensé esta tipa o es muy tonta ya que me pregunta algo tan obvio, toda vez que estoy parado enfrente de ella, o muy inteligente y sabe que el otro día durante las elecciones gringas los de CNN lograron la primer entrevista mediante un holograma, total que no supe que pensar y le dije que si, que aquí estaba, seguimos conversando y ya casi al despedirnos me dijo: "Oye, ¿pero estas mas llenito, no? Tú eras bien delgado", respondiéndole, "si ya ves, la buena vida", y me despedí de ella lo mas cortés que pude, después de que ella a quien por lo menos puedo describir como chubbygona, me dijo sutilmente que tanto esfuerzo en el gimnasio ha sido tiempo desperdiciado.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Cotidiano I

Un relato breve, sin trama, una conversación entre dos personas que no conduce a nada, (¿por que todo tiene que conducir a algo?).

Salió de la habitación y vio que su hermana se encontraba en el umbral de la puerta de la cocina, ella le dijo: Ni me hables, ayer me dejaste plantada, mendigo. Él no sabia de que hablaba, sin embargo un dejo de sentimiento de culpa lo aquejo al oír tales palabras, no supo que responder, eran las nueve de la mañana de un domingo que estuvo precedido por un sábado de juerga, en tales circunstancias soy incapaz de fabricar una excusa, así que moví mis brazos simulando que mis manos eran pistolas, que disparaban balas de aire que se impactaban en la distancia que existía entre nosotros, explotaban en esquirlas multicolores, fuegos artificiales que dibujaban una sonrisa en tu rostro, pensaste: solo perdono a este cabron porque es mi hermano y de vez en cuando me divierte.